11 de enero de 2010

¿BRAGA O VAN GOGH?

Con este sugerente título, que no he creado yo (no soy tan ingeniosa ni por asomo), comienza uno de los capítulos más desternillantes de un libro que adoro "La elegancia del erizo" de Muriel Barbery. En esta entrada voy a hacer algo a lo que en un principio me negaba, que era copiar trozos de libro y hacer una entrada. Siempre lo he visto algo muy cómodo y socorrido y yo aquí quiero ponerme retos, no hacer cosas facilonas (aunque todo lo que llevo hecho hasta ahora es un poco tonto, lo sé).

¿Por qué he sucumbido a algo que no pensaba hacer?

1º Porque llevo todo el día acordándome de este capítulo debido a una conversación marujil con una amiga.

2º Porque las normas (propias o impuestas por terceros) están para saltárselas.

3º Pues porque el blog es mío y hago lo que quiero :P

Al grano. Como os he comentado en el punto nº 1, esta mañana una amiga me comentaba que el Sábado se fue de rebajas pensando que como había nevado en su ciudad, pues habría menos gente. Pero cual no sería su sorpresa, cuando tuvo que estar medio luchando por conseguir unas botas. Así que a raíz de esta conversación mañanera recordé el texto que adjunto: (acortaré lo posible para no cansaros, pero os recomiendo que os busqueis el libro)

"Hoy he ido con mamá a las rebajas de la calle Saint-Honoré. Un infierno. Había cola delante de algunas tiendas. Y supongo que os imagináis qué tipo de tiendas hay en la calla Saint-Honoré: mostrarse tan tenaz para comprar rebajados pañuelos o guantes que, aun así, siguen valiendo lo que un Van Gogh deja flipado a cualquiera. Pero las señoras se emplean en la tarea con una pasión furiosa. E incluso con cierta falta de elegancia.

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Esto es lo que ha ocurrido: he entrado con mamá en una tienda de lencería fina. Lo de lencería fina ya es un nombre de por sí interesante. Porque si no, ¿qué sería? ¿lencería gruesa? Bueno, en realidad quiere decir lencería sexy; vamos, que no encontraréis en esta tienda las bragas caladas de algodón de toda la vida que llevaban nuestras abuelas.

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Desde donde me encontraba, tenía un panorama inmejorable sobre la tienda entera y sobre mamá, que se estaba volviendo loca por una especie de sujetador muy, muy, muy pequeño con encaje blanco (algo es algo) pero también unos enormes floripondios malvas. Mi madre tiene cuarenta y cinco años y le sobran unos kilitos, pero el floripondio malva no la asusta; en cambio, la sobriedad y la elegancia del beis liso la paralizan de terror. Bueno, total, que aquí está mamá extirpando a duras penas de un expositor el mini sujetador floral que estima de su talla y una braga a juego, tres estantes más abajo. Tira de ella con convicción pero, de pronto, frunce el ceño: y es que en el otro extremo de la braga hay otra señora, que también tira de ella y frunce asimismo el ceño. Se miran las dos, miran el expositor, constatan que la braga de marras es la última superviviente de una larga mañana de rebajas y se preparan para la batalla a la vez que se dedican la una a la otra una sonrisa de oreja a oreja.

Y éstas son las primicias del movimiento interesante: una braga de ciento treinta euros no mide al fin y al cabo más que unos centímetros de encaje ultrafino. Hay pues que sonreír al adversario, agarrar bien la braga y tirar de ella hacia sí poniendo cuidado de no romperla. Os lo digo tal cual lo pienso: si, en nuestro universo, las leyes de la física son constantes, entonces esto no es posible. Después de varios segundos de intentos infructuosos, nuestras señoras dicen amén a Newton pero no renuncian. Hay pues que proseguir la guerra de otra manera, es decir la diplomacia (...). Ello provoca el siguiente movimiento interesante: hay que hacer como que se ignora que se está tirando firmemente de la braga y fingir que uno la pide cortésmente con palabras.

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Como todo el mundo sabe, la diplomacia fracasa siempre cuando las fuerzas que se enfrentan están equilibradas. Nunca se ha visto a uno más fuerte aceptar las propuestas diplomáticas del más débil. Así, los portavoces que han empezado al unísono con un: "Disculpe, señora, pero me parece que he sido más rápida que usted" no consiguen gran cosa. Cuando me acerco a mamá, ya estamos en: "No pienso soltarla" y es fácil dar crédito a ambas beligerantes.

Por supuesto, mamá ha terminado perdiendo: al acercarme para ponerme a su lado, ha recordado que es una madre de familia respetable y que no le era posible, sin menoscabo de su dignidad, lanzar despedida la mano izquierda contra la cara de la otra señora. Ha recuperado pues el uso de la mano derecha y ha soltado la braga. Resultado de la mañana de compras: una se ha marchado con la braga, la otra, con el sujetador"

Sé que ha sido un poco largo, pero creo que valía la pena ponerlo al completo. Cuando lo leí por primera vez no pude reprimir las carcajadas, no recuerdo si estaba sola o no, pero si no lo estaba, seguro que los que me acompañaban debieron pensar que había perdido un par de tornillos.

Ahora que lo pienso. Seguro que si le preguntamos a más de una "loca" de las rebajas si le gustan las películas de guerra nos contestarán que nanai de la china, pero... ¿no os ha recordado esta escena a una batalla casi sangrienta? A mí sí. Mientras trasladaba las palabras del texto aquí, se me ha venido a la mente el silbidillo de "El puente sobre el río Kwai". En serio, por un momento me he imaginado esas imágenes tan manidas, de la masa de gente agolpada ante las puertas de ciertos almacenes de la calle Preciados de Madrid, todas entrando por tropel, mientras tararean la canción con el firme propósito de alcanzar su objetivo.

Disfrutad de las rebajas, yo intentaré no acercarme a todo aquel que vea silbando a la puerta de unos grandes almacenes, por si las moscas.

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