A veces nos encontramos con algo muy apetitoso delante, un caramelito de colores preciosos que sabemos que nos va a dar un momento de placer intenso. Cuando vemos el confite, antes incluso de paladearlo, ya nos estamos haciendo la boca agua pensando en todo lo que vamos a obtener de él.
A veces ese objeto de deseo es más engañoso, lo ansiamos, lo queremos, sobre todo lo deseamos y no porque tenga colores brillantes, ni nos prometa estar especialmente dulce, quizá por su aspecto pueda resultar duro, árido, incluso amargo y a la vez, justo por eso queremos saborearlo, justo por eso estamos locas por experimentar las sensaciones que nos sugiere, pero a la vez, sabemos que nos va a hacer que queramos más y que nos va a enganchar ese sabor que aunque pueda llegar a ser hasta agrio, nos parece dulce y placentero y que cuando ya hayamos sucumbido al gozo de lamer el exterior, de acercar tímidamente la punta de nuestra lengua a su superficie ya no podremos dejarlo. Uhmmm ¿quién podría resistirse? Aunque sepas la dependencia que va a acarrear, ¿qué importa? Eso es lo que piensas en el momento y más cuando atisbas que no hay sólo una golosina, que detrás de esa primera experiencia puedes encontrarte con una bolsa entera de diferentes tentaciones. Pero entonces, algo te hace ver que no estás siendo racional, que estás dejándote llevar por el ansia de seguir disfrutando ese deleite y por la promesa de gozar y saciar tu sed de experimentar con el dulce. Y dudas. Te plantas delante de esa figurita brillante y sabrosa que te está diciendo: cómeme o escúpeme y dudas. Puede que primero, a pesar de conocer todas las consecuencias que posiblemente te acarreará el atracón, digas: "Lo quiero, lo deseo y me lo como y me como toda la bolsa completa y pago lo que haga falta, porque la experiencia lo merece". Pero luego, enfrías la mente (o no, pero bueno) y dices: "No, sé que cuando empiece a regocijarme en el dulce-agrio sabor, me arrepentiré, porque sabré que estoy comiendo demasiado y me va a sentar mal y tendré que esconderme para llenarme de la dicha que me producirá y entonces, tendré que vivir una doble vida a la que no estoy dispuesta o para la que no estoy preparada y, si llega ese momento, ya no podré saborearlo con la atención que se merece y requiere y no será justo para ese manjar". Pero, nuestra alma inquieta e insatisfecha y llena de dudas, cuando vea que el caramelo se está derritiendo en nuestras manos sin haberlo casi ni rozado con nuestros labios, entonces y sólo entonces dirás: "No, no te derritas, no te desvanezcas, no desaparezcas. Vale, soy débil, quiero entregarme al agradable sabor aunque me sigan torpedeando las dudas, aunque sepa que, a la larga, no podré con toda la bolsa. Aunque sepa que lo voy a hacer por el deseo de probar algo nuevo y llamativo. Por el deseo que me produce este dulce alimento que tengo en mis manos que se me ofrece para degustarlo y para que me entregue a su poder". Y es ahí, cuando tu golosina ha terminado por deshacerse en tu mano, cuando ya ha decidido que el tiempo ha pasado y que en realidad tú no estabas preparada para lo que te ofrecía. Y seguramente tenía razón. Lo más probable es que el caramelo haya visto más de tí que tú misma y haya adivinado que lo tuyo no era esa bolsita de chuches, que mejor te vayas a por una manzana que es más conveniente para tí, aunque sea aburrida y sosa y correcta y convencional. Ese caramelo que te ha hecho ver la posibilidad de tener tantos momentos de placer, también ha visto que no te conviene tanto azúcar, porque en realidad, puede que la cruda realidad sea que tú seas como la manzana: correcta, convencional, casi cursi y sin pretensiones. Y creo que esa cosa lujuriosa y atrayente que tenías en los dedos, tiene razón.
Creo que es mejor que siga con las manzanas, aunque ahora sepa que me gusta "ese" agrio con un punto dulce y que ahora mismo, en este momento, me muera por darle un lametón aunque me vuelva a resultar demasiado ácido.
Mejor sigo con las manzanas.